Nelson Carpio Salas
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Excesos  mediáticos

11/5/2020

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La exacerbada insistencia en la pregunta que repitió el entrevistador durante la jornada de grosería descargada en contra de un alto funcionario ecuatoriano demuestra cuánta razón tenía José Ortega y Gasset al juzgar de forma deplorable la tarea periodística cuando se realiza con las formas de la entrevista de CNN a la que me refiero. Claro que en todos los países se habrán producido fallas, culpas, negligencias y miles de seres humanos podrían haberse salvado aún por mínimas acciones oportunas pues todo siempre se pudo hacer mejor, pero eso no justifica asumir una posición de fiscalía y tribunal de última instancia que condena anticipadamente a todo un Estado y un Gobierno desconociendo sin más ni más todo el trabajo realizado por médicos, enfermeras, trabajadores, personas admirables y heroicas que se juegan la vida a diario, junto a las que también luchan varios ministros y el vicepresidente, dirigidos por un mandatario de tercera edad con discapacidad que conduce el barco con tropiezos pero dando muestras de esfuerzo, así como un médico de 62 años que asumió el reto de pelear esta batalla desde el mismo epicentro de la pandemia en el momento más difícil, cuando la desventura se había ensañado ya con la Perla del Pacífico.
 
Y si añadimos el afán del periodista Fernando Del Rincón y de muchos otros por difundir abundantes detalles de lo peor que ocurrió en esta pandemia en el país, el menoscabo ya no se limita a los estamentos gubernamentales sino a todo un pueblo cuya imagen ha sufrido un deterioro injusto y desproporcionado, pues sus desdichas también las han vivido en mayores o menores proporciones otros países, incluso algunos más prósperos que el nuestro.  
  
La tragedia que vive el mundo entero tiene un culpable: coronavirus. Ese asesino invisible que apareció en China y ha cobrado hasta el momento cientos de miles de muertos en todas las latitudes, al que no se ha podido vencer hasta el momento pues nadie estaba preparado para algo de las apocalípticas dimensiones como lo que ocurre desde inicios de este año en el planeta.

La locuacidad periodística debe tener un límite, al menos el de la moderación y un mínimo nivel de sensatez, para evitar convertirse en esa tarea de bullicio y superficialidad de la que habló Ortega y Gasset en el libro “Misión de la Universidad”, así como para diferenciarse de las opiniones sin fundamento que hoy abundan y de los engañosos argumentos de los mal intencionados.
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La tarea de la comunicación es sustancial en la sociedad y cuando es eficiente y equilibrada, forma parte ineludible de los fundamentos de la civilización y la libertad. Cuántos periodistas nos dan a diario ejemplo de mesura, orientación y solidaridad verdadera. En este mismo instante, a muchos de ellos les debemos entender mejor la desventura y evitarla como nos sea posible. A esos hombres y mujeres que actúan con ponderación y buena fe solo tenemos razones para agradecerles con sinceridad. Ellos también están en peligro cuando salen a las calles y pasan largas horas captando lo que más tarde oímos o vemos en nuestros hogares. Cumplen su labor en silencio, sin considerarse salvadores del mundo ni personas a las que debemos escuchar y tolerar cualquier destemplanza.
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Los buenos comunicadores son esos hombres y mujeres que con sencillez, armados con una cámara, un micrófono, o desde un modesto estudio de radio o televisión nos proporcionan respetuosa compañía e información. No parecen serlo tanto, a la luz de este caso, algunos periodistas de grandes medios acostumbrados a disfrutar de fulgores que les han ofuscado hasta el punto de no advertir el error de ensañarse contra aquellos que han demostrado, entre otras cosas, respeto a las libertades, mientras hacen el juego, consciente o inconscientemente, a los responsables del arbitrario régimen que soportó el Ecuador durante 10 años de atropellos, despilfarro y propaganda. 

No es posible evitar que los beneficiarios de las tiranías o los equivocados las favorezcan, pero por suerte la mayoría de personas vive dignamente de su trabajo diario y es capaz de discernir entre lo bueno y lo malo, por lo que sin duda los excesos mediáticos siempre se estrellarán con la lucidez y la decencia de los hombres de bien.
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